El salto del Fraile Sucedió en lima colonial, Ciudad de los Reyes. La fecha exacta nadie la sabe, la década, 1860. Rosas frescas, rocío aún temblando sobre sus pétalos, y etéreas, diáfanas perlas, dormidas en terciopelo, trae cierta mañana un distinguido mensajero. Las envía un noble limeño, con devoción, para Clara, sublime tesoro del Marqués de Sarria y Molina. Al ilustre caballero, ella no podrá amarlo nunca, porque su corazón está tomado, desde aquel día, que, junto a la tapia de olorosos jazmines, Francisco le entregara el tierno capullo de una rosa… Compañero de juegos, risas y llantos, el hijo de su nana, comenzar a amarlo fue tan natural como el respirar. Él fue su refugio cuando murió su madre, la Marquesa. Por designios del Marques, al Convento de La Recoleta, Francisco fue confinado para que fraile lo hicieran. Clara protestó, por sus sueños rotos, por su amor removido… ¡Yo amo a Francisco con toda mi alma, fraile o no! ¡A la Madre Patria nos vamos y no más Francisco, Clara! Pronto zarpan en una fragata con destino al olvido. Bordean la costa de Chorrillos, envuelta en la bruma. ¡Oh como duele amar sin esperanza… amar y esperar! Él ha prometido escapar del encierro, para despedirla desde el Morro Solar, peñasco que se yergue junto al mar… Con un catalejo, Clara busca a su amado con ansias locas. Junto al precipicio, agitando su manto, Francisco está. Desaliento al viento, corazón apretado, insondables ojos. Ambos extienden los brazos, parece que se pudieran tocar… El fraile salta al mar, se pierde en la espuma para no salir más. ¡Francisco! La amada se lanza en pos de su amor… Dicen, poder oír el latir de sus corazones en el golpear de las olas… Que sus espíritus vuelan con las gaviotas en las tardes… yo no sé.
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